Wilfrido Terrazas, Axel Tamayo y Gaspar Peralta
Publicado originalmente el 25 de octubre, 2019
Con esta desperdigada y atonal noche de improvisación libre, Nett Nett continúa ampliando su legado como sede para eventos fuera de lo común.
Por segunda vez, mi experiencia en este peculiar recinto estuvo relacionada con un clima cálido y sofocante. En mi visita anterior, el calor era tal, que el hedor a sudor y la humedad carnal formaron una especie de sauna infernal que reflejaba bastante bien el caos aural que emanaba de las consolas de Hidhawk, Kali Malone y Puce Mary. En esta ocasión, el calor era meramente ambiental y el ajetreo se limitó al ímpetu con el que cada uno de los músicos que participaron en este trío de libre atacaba su respectivo instrumento. El público se mantuvo quieto en sus sillas y observando con atención cómo es que Wilfrido Terrazas (flauta transversal), Axel Tamayo (contrabajo) y Gaspar Peralta (piano preparado) sin vehemencia y sin piedad hacían que sus herramientas de trabajo emitieran sonidos para los que no fueron construidos originalmente, y que seguramente, molestarían a más de un conservador; afortunadamente, dentro del público no se encontraba nadie con esa mentalidad.
A los músicos les tomó un poco de tiempo encontrarse. Los minutos iniciales de la primera sesión estuvieron llenos de atonalidad y ejercicios de ejecución poco ortodoxa (golpes al cuerpo del contrabajo, raspar las cuerdas del piano con objetos) pero no parecían estar del todo acoplados o cómodos. Cada uno parecía estar aislado e inseguro respecto a qué rumbo tomar. Afortunadamente, esto sólo sucedía al principio de cada sesión; conforme las piezas avanzaban, simplemente se dejaban llevar, y aunque los resultados fueron mixtos, no hubo sesión alguna donde perdieran al público.
"¡Casi nadie se ha ido!" fue uno de los tantos comentarios chuscos por parte de Wilfrido cada que el trío terminaba una de sus sesiones de improvisación. Esto hace alusión al estereotipo con el que cargan géneros como el free-jazz, avant-garde, noise, etc. que sugiere una poca tolerancia por parte del público general, relegando a este tipo de proyectos a eventos de nicho donde la afluencia es poca, y en el caso de contar con una audiencia considerable por tratarse de actos de renombre, esta -generalmente- va disminuyendo gradualmente; poco importa si se trata del monstruoso nivel de decibelios de Sunn O))) o Swans, la disonancia y desorientación en manos de leyendas como Roscoe Mitchell, Keiji Haino o Nihilist Spasm Band, o algo extremadamente meticuloso y discreto como los ejercicios sonoros de Philip Jeck, siempre habrá público que se levante de su asiento, salga por un respiro y regrese, o simplemente opte por irse. Resulta bastante grato decir que este no fue el caso y que el mismo número de gente que estaba presente desde el principio, fue el que se retiró al terminar el evento.
A pesar de estar dejándome llevar por el caos, a mitad de la segunda sesión no podía evitar cuestionarme el por qué la improvisación libre siempre parecía tomar los mismos rumbos. ¿Dónde queda la libertad cuando todo parece estar regido por un conjunto de reglas indefinidas, pero rígidas a fin de cuentas? Estas reglas hicieron que las cuatro sesiones tuvieran una estructura muy similar. Me hubiese gustado ver un poco más de exploración sonora en un contexto fuera de la improvisación libre. Sabemos que Gaspar es un experto cuando se trata de casar la complejidad con lo sensible por medio de sus intrigantes ostinatos o de sus épicas exploraciones electro-acústicas. Habría sido bastante interesante ver cómo se podían incorporar estas técnicas al rechazo semántico ejercido por Terrazas y a la reserva de Tamayo.
La estructura de las piezas era similar: el piano pasaba de frenéticos arpeggios dodecafónicos a cautelosos y pausados staccatos, los instrumentos de viento comprimían el aire con tanta tensión, que las notas que emitían se mostraban intranquilas y desorientadas. El bajo era el más tímido de todos; incluso, me atrevo a afirmar que hablo por más de uno de los presentes, al decir que este fue el instrumento que más expectativa traía consigo y fue el que más dejó un vacío. La mayor parte del tiempo, el músico sólo optaba por raspar las cuerdas y golpear el cuerpo del contrabajo en lugar de tocar, lo cual resultaba interesante al principio, pero conforme se repetían estas técnicas, su presencia se comenzaba a cuestionar, pues realmente no añadía mucho a la mezcla. Era redundante, pues los chillidos que emitían las cuerdas al ser raspadas con el arco se perdían entre las agudas notas de la flauta y los golpes percusivos se perdían entre el timbre metálico del piano preparado. Sin embargo, este parecía sentirse más a gusto con el piano que con los vientos y ,de vez en cuando, a través de miradas, bajo y piano se comunicaban e incurrían en pequeños juego de llamado-repuesta, mientras la flauta continuaba sonando de una manera esquizoide en el fondo. En más de una ocasión, era obvio que Gaspar y Axel querían probar algo diferente dentro del contexto de la improvisación y tomar otros rumbos, pero al trío le faltaba cohesión.
Aún así, al tratarse de excelentes músicos altamente preparados, lo positivo logra desbancar cualquier área de oportunidad que se haya suscitado durante el performance. La intensidad, la soltura y el mero desplaye de virtuosismo era innegable y en esas instancias en que el trío realmente se conectaba a través de toda su vorágine, me encontraba al filo de mi asiento, disfrutando de cada disonancia que me abatía. Es fácil resaltar la belleza de un hermoso paisaje. La gran mayoría de las personas, aunque carezcan de conocimiento fotográfico, serían capaces de tomar una linda fotografía que -con todo y sus errores de encuadre- capture la majestuosidad del entorno. Lo difícil yace en hacer resaltar la belleza de un desastre. Se requiere paciencia y mucho conocimiento. El trío logró hacerlo en pocas ocasiones, pero, citando a un Wilfrido aparentemente satisfecho tras una de las mejores sesiones: "Qué bonito cuando todo se encuentra al final".