Flor Amargo: ¿producto de la catarsis o la catarsis como producto?

¿Se puede monopolizar un estado emocional?

Imagen de thumbnail: Facebook de la artista

 
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Un tema recurrente en esta página es el hecho de que esta es una era en la que el fácil acceso a información ha repercutido en cómo consumimos, absorbemos y aplicamos el conocimiento que adquirimos después de una prolongada sesión de navegación por internet. Vivimos en una especie de pastiche o collage cultural (la “aldea global” de McLuhan) en el que una persona mexicana puede tomar influencia de lo que está de moda en un lugar como Uganda, debido a algún video o artículo en línea y aplicarlo a su arte, vestimenta o a su rutina diaria.

Dentro del ámbito musical, esto ha causado un declive en la pureza de los géneros (lo cual es bienvenido) y ha generado una saga de proyectos quiméricos que toman de un sin fin de influencias hasta llegar a un sonido propio. El lado malo de este nuevo paradigma es el hecho de que sobran los proyectos que creen estar creando algo nuevo por el simple acto de mezclar elementos de diferentes orígenes, sin realmente fusionarlos y darles una forma nueva.

Mezclar géneros no es sinónimo de crear un género nuevo si lo único que se hace es acomodar un estilo tras otro a lo largo de una sola canción o del álbum entero.

Hay quienes se adjudican una etiqueta desde una postura que podría parecer cómica, pero el resultado es tan acertado que no hay manera de reprocharlo. Tal es el caso de Prayers y su cholo-goth. Se puede argumentar que no se trata mas que de synth-wave, pero la etiqueta funciona por su simpleza, por no sonar rebuscada y lo mejor de todo, es que es precisa. También están los que, desde una posición un tanto indulgente y tomándose demasiado en serio, postulan su -supuesta- originalidad con definiciones inventadas que poco se acercan a la realidad: aquí entran bandas como Adeumazel y su “género no obligatorio”, o Elrío con sus “artes musicales mixtas”, quienes se enaltecen al pensar que su música evade cualquier clasificación, por sus eclécticas mezclas (¿si son tan eclécticos, por qué todo suena igual?), cuando la realidad es que uno puede identificar fácilmente lo que yace tras las sombras y puede encontrar bastantes proyectos similares.

Por otro lado, tenemos a quienes de manera inadvertida, combinan un poco de ambas fases: promueven su propuesta (teórica) con tanta seriedad e insistencia, que resulta involuntariamente cómico.

Flor Amargo es el nombre artístico de Emma Mayte Carballo Hernández, compositora oriunda de Oaxaca, quien se jacta de haber inventado su propio género -katartic pop- a raíz de diferentes corrientes filosóficas con prácticas meditativas y varios estilos musicales. El propósito es demostrar que la música debe ser una experiencia que trascienda las habilidades técnicas del artista, optando por convertirse en un vehículo para la expresión pura y desatada de un intenso estado emocional. Hasta ahí, aunque redundante y nada innovadora, la intensión aparenta ser noble; sin embargo, la nomenclatura que este supuesto género trae consigo, demuestra un nivel de pretensión bastante elevado. Todo artista aspira a poder aportar algo para su campo, y la intensión nunca debe ser mal vista, pero la manera en que Flor se expresa respecto a su supuesta aportación pareciera dar a entender que sólo sus composiciones tienen el poder de incitar a la catarsis.

Lo que la multi-instrumentista -quien cuenta con una longeva preparación académica- parece olvidar, es que la necesidad de desprenderse del lado súper técnico y formal de la composición no llega a nosotros por primera vez a través del insípido vacío que es su katartic pop. De igual manera, confunde los rasgos de una personalidad histriónica con los elementos de un movimiento artístico, al igual que la mayoría de la gente confunde la afabilidad como algo inherente a la extroversión. También vemos una contradicción en el hecho de que, a pesar de invitar a sus posibles adeptos a olvidarse de elementos básicos como la afinación, armonía, melodía, y sólo dejarse llevar sin miedo al ridículo (de nuevo, cayendo en una redundancia dentro del contexto histórico de la música, pues esto ya ha sido propuesto con anterioridad), la compositora no lo piensa dos veces antes de compartir videos donde se denote su virtuosismo -el cual es envidiable-, con el simple propósito de impresionar y generar visitas a sus perfiles sociales.

La calidad de la música en sí no es lo que nos concierne en este texto. Eso es un tema subjetivo: sus piezas pueden resultar agradables, dolorosas o causar indiferencia dependiendo de las preferencias y tolerancia de cada individuo. En lo personal, aunque no me pareció mala, no me fue posible conectar con ella, pero pude reconocer una admirable habilidad técnica. No fue hasta hace poco que empecé a notar una saturación de información respecto a Flor y al volverme a adentrar a su obra, fue cuando me topé con su granaporte” a las artes musicales; sin embargo también noté que lo que más suena y se comparte son sus infortunios y aventuras más que sus canciones (esa nunca es una buena señal, pero al menos denota que eres parte del zeitgeist).

En todo caso, el problema no es la música; es la osadía de proclamarse como inventora de un género que, en la praxis, no aporta nada que no se haya estado generando de manera orgánica en estos últimos años, y el descaro de pensar que sólo siguiendo sus pasos uno puede experimentar un intenso flujo de emociones -como si eso no fuese algo inherente a la música o al arte en general-; esto se agrava aún más cuando se toma en cuenta su background académico. ¿Nunca le hablaron de Schönberg, Russolo o Varèse? ¿Nunca leyó sobre la historia del blues, del punk o se ha topado con un video que trate sobre la danger music? Sin la necesidad de tener que recurrir a ejemplos tan remotos o añejos, todo el discurso de Flor bien pudo haber sido tomado de esta entrevista a Julián Bonequi. Pareciera que Mayte pretende hacer suyos varios aspectos que vienen por default en el starter pack de un artista en general, sólo por cubrirlos con el velo de un exagerado romanticismo bohemio: ¡eeeeeeeees que la muuuuuuuusica debeeeeee sentiiiiiirseeeeee! Tomen nota, amigos. Todo este tiempo lo hemos estado haciendo mal. Afortunadamente, la clase ha comenzado.

Concuerdo con ella en eso de que, en exceso, la formalidad puede tornarse en una barrera al momento de querer expresar una emoción, pues pudiera sentirse como un ejercicio muy calculado más que una muestra de sinceridad; sin embargo, debemos aceptar que la pasión e intensidad muy a menudo se suelen confundir con acrobacias escénicas: si alguien menciona a G.G. Allin, lo primero que se forma en el imaginario colectivo es la imagen de alguien defecando en el escenario y no la música de fondo. Probablemente se trate de un referente muy extremo, pero el caso de Flor Amargo es muy similar. No se trata de poner en tela de juicio su autenticidad, su talento ni su dedicación, pues todos esos aspectos son más que obvios y respetables; lamentablemente, todo pasa a segundo plano, pues todo su teatro acapara más la atención que la música en sí, volviéndose en un simple acto circense, con un potencial memético de proporciones épicas.