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Galya Bisengalieva

Aralkum


 
 

por David Cortés

Oriunda de Almati, en Kazajastán, la violinista Galya Bisengalieva nos hace llegar su primer álbum, una obra donde la tristeza por la pérdida se hace patente desde el principio hasta la última nota.

Formada en la Royal Academic of Music y el Royal College of Music y líder de la London Contemporary Orchestra, Galya Bisengalieva lo mismo toca composiciones de Brahms o Scelci, que colabora con Radiohead o Pauline Oliveros, pero Aralkum es un trabajo donde ella ha logrado elevar su voz y hacerla sonar con fuerza.

El álbum habla de cómo un día el mar de Aral, por efecto de los trabajos del hombre, comenzó a secarse para convertirse en el desierto más joven del mundo. Bisengalieva hurgó en sus recuerdos, utilizó grabaciones de campo de la región y conectó a su violín a una circuitería electrónica para retratar el desastre.

“Aralkum”, el corte inicial despliega el eje de lo que vamos a encontrar  en el trayecto: expansivos drones creados con el violín interrelacionados con la electrónica y esas grabaciones de campo que son como fragmentos  de la memoria. El track comienza con algo semejante a un murmullo, es  una abstracción edificada con una serie de sonidos poco musicales; de pronto, la atmósfera cambia, se vuelve tal vez más nítida con el ingreso del violín que se lamenta y gime encima de esa destrucción que presencia. Las grabaciones de campo son como pisadas, un gigante que arrasa y devasta sin gran estrépito, poco a poco, pero que cambia el paisaje, lo deja irreconocible, mientras el violín, como si fueran los chillidos de una gaviota, muestra su pesadumbre.

“Moynaq” era una ciudad portuaria y aquí el viento marca la transición; el violín  no es lastimero, describe una naturaleza muerta, “imita” el eco de una voz que rememora espacios abiertos y cuenta de miradas tristes y desoladas que observan al horizonte y buscan lo perdido;  conforme avanza el track la sensación de vacío crece.

Otra población abandonada por el desastre del mar de Aral fue “Kantubek”. Aquí el lamento prosigue, uno es transportado al centro de la nada y siente como el dolor lo rodea a uno paulatinamente; un remolino de tierra se levanta allí donde antes hubo un ligero oleaje y la intensidad de los drones se incrementa mientras el violín busca tocar un réquiem.

Aralkum es pródigo en imágenes, conforme transcurren las composiciones no puede uno dejar de pensar en cómo donde hubo algo, lleno de vida, ya no hay nada, sólo muerte y en “Barda-Kelmes" (vocablo que se traduce como “quien va allí no regresa” y en su momento fue una isla) el viento vibra de manera distinta. La noche ha llegado  y se escuchan las estrellas y el suspiro de las horas perdidas. Un pizzicato que se mueve alrededor de un ritmo mudo cambia el registro en “Zhalanash”, la música parece avivarse con unas armonías expansivas y cuando llegamos a “Kokaral”, tenemos una imagen área que nos deja ver la desolación, lo profundo de la devastación y la magnitud del desastre. No hay nada más por decir, sólo “disfrutar” 34 minutos de emociones intensas, vívidas y de las cuales habría que aprender en el futuro.